miércoles, 30 de septiembre de 2009

RECORDANDO "COSAS DE JIMENA"


A primeros de la década de los cuarenta, llegó a la Estación uno de los tantos viajantes que por aquellos entonces venían a Jimena, pero el viajante que nos concierne, procedía de Ronda. Éste, al apearse del tren, dio un tropezón con el estribo, con tan mala suerte que el zapato derecho le quedó destrozado.

Andando defectuosamente y maldiciendo, llega al bar de Antonio Gómez, pide un desayuno, se lo sirven, y comienza a saciar su apetito. Mientras lo hace, les cuenta lo que le había sucedido a los allí presentes. Entre ellos estaba nuestro protagonista. Cuando el viajante termina de contar su percance, dice: ¿por favor, saben ustedes donde hay un taller de zapatería por aquí cerca? Contestó nuestro paisano: yo soy zapatero, y puedo sacarle del apuro, déjeme ver los zapatos. El viajante se los muestra, los examina el zapatero, y le dice: hay que hacerles unas composturas (medias suelas), el zapato izquierdo también está mal. E viajante le dice: los necesito lo más pronto posible, pues me marcho esta misma tarde, mientras tanto, me compraré unas alpargatas para poder visitar a mis clientes en la Estación y en Jimena. Creo que una hora antes de la salida del tren estaré en lo de Antonio Gómez, y allí mismo, si a usted no le importa, me lleva los zapatos. El zapatero le dice: muy bien amigo, yo se los llevo. Le entrega el viajante los zapatos, los coje nuestro paisano, y se los lleva a su casa, donde no tenía material (suelas), ni dinero para comprarlas.

Él, que siempre fue una persona muy ingeniosa, pensó de momento como salir del atolladero sin gastarse una sola peseta. De las chumberas que había en los alrededores de su casa, cortó una tuna, le quitó los pinchos (espinas) y la hizo dos partes para quitarles grosor. Las preparó y, adaptándolas a los zapatos, vio que podía seguir con su idea. Las cosió dándoles unas puntadas largas y escondidas (hundiendo las puntadas en las tunas), las recortó con la cuchilla (chaveta), les dio tinte, cera y crema para sacarles brillo, dejando los zapatos en perfectas condiciones de entrega. Los envuelve en un papel, y va ha entregárselos. Como era algo temprano, esperó que llegara la hora de salida del tren. Así el viajante no tendría tiempo de ponérselos antes de partir hacia su destino. Mientras tanto, el viajante esperaba impaciente en el bar.

Viendo que se acercaba la hora de partir, y no aparecía nuestro paisano con el calzado, decide marcharse sin ellos, El zapatero, que estaba al acecho, vio cuando el viajante salía para la Estación. Le salió al encuentro, y le dijo: caballero, aquí tiene usted sus zapatos. El viajante los examina. Le dijo el zapatero: ¿qué le parecen las composturas? Contestó el viajante: ¡Están de maravilla! ¿qué le debo? Contestó el zapatero: diez pesetas. Le pagó el viajante, y emprendió su viaje.

Durante el trayecto no se puso los zapatos. Nuestro paisano, que estaba en todos los detalles, le había dicho que no se los pusiera hasta el día siguiente, porque las composturas recientes en el calzado podían cederles un poco. El viajante hizo caso a sus consejos. Pero cuando llegó a su casa, le dijo a su señora: voy a probarme los zapatos que me han arreglado en la Estación de Jimena. Cuando se los puso, ante su asombro y el de su señora, vio como se le hundían los pies y se le encharcaban en un caldo pegajoso, y exclamó: ¡Dios mio, qué es esto! ¡Me ha timado el jimenato! Toda esta historia se supo, porque volvió el viajante a la Estación y contó todo lo que le había sucedido. Fue a visitar al zapatero para felicitarle por la astucia y la gracia que tuvo.

Los niños de esta época siempre oímos de los mayores este suceso. Aunque yo salí muy joven de jimena, recuerdo perfectamente al protagonista. Éste, cuando llegaba al bar de Frasquito Esteban, según mi buen amigo y compañero Elio Gómez Vallecillo (fallecido en Abril de 2009), que trabajó en el citado bar desde muy joven, dice que cuando llegaba pedía un vaso de vino y lo pagaba por adelantado. Cuando lo consumía, tenía la costumbre de preguntar: ¿ Elio , te debo algo? Elio respondía: nada, a lo que él contestaba: el que nada no se ahoga, porque flota, flota es una escuadra, y una escuadra es una parte de la geografía terrestre.

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